por Diana Bedoya
Imagen creada por IA
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Tolstói nos muestra que en una sociedad obsesionada con la apariencia, el estatus y la riqueza material, nos volvemos alienados de nuestras propias necesidades espirituales y emocionales. Iván Ilich, en su lecho de muerte, comprende que su sufrimiento proviene de haber vivido una vida que no era auténticamente suya, sino un guión social preestablecido. En este sentido, la verdadera enfermedad que enfrenta no es el mal físico que le consume, sino la vacuidad de una vida no examinada.
El libro, con su enfoque en la confrontación íntima con la mortalidad, nos ofrece la posibilidad de un “despertar”, aunque sea al final de la vida. Tolstói plantea que es solo en el reconocimiento de nuestra propia mortalidad donde podemos encontrar la libertad para vivir una vida genuina. Es un llamado para trascender las expectativas sociales y las falsas seguridades que nos ofrecen distracciones superficiales, y en cambio, buscar una vida imbuida de significado y propósito.
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“La muerte de Iván Ilich” nos enseña que el mayor peligro no es la muerte misma, sino una vida vivida sin plena conciencia de nuestra humanidad. De igual manera que el evitar enfrentar nuestra mortalidad nos conduce a una existencia hueca y, finalmente, a una muerte sin sentido. El libro actúa como un espejo, instándonos a reflexionar sobre nuestras propias vidas antes de que sea demasiado tarde.
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